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Igualdad de
género y autonomía de las mujeres para 2015
Cira
Rodríguez César *
La Habana (PL).- Las mujeres contribuyen a la producción de alimentos y a
la generación de bienestar, riqueza y desarrollo; tanto es así que en América
Latina y el Caribe, entre el ocho y el 30 por ciento de las explotaciones
agrícolas están a cargo de una mujer. ¿Por qué entonces no contarlas, no
tenerlas en cuenta en la vida cotidiana, estadísticas y censos?
La participación activa de
la mujer, tanto en el ámbito productivo como en el reproductivo, permite a
millones de personas mejorar su calidad de vida en los territorios y en la
sociedad donde viven. Estadísticas señalan que Chile encabeza a los países de la
región con el 30 por ciento de las explotaciones agrícolas a cargo de hembras,
seguido de Panamá (29 por ciento) y Ecuador y Haití, cada uno con 25 por
ciento.
Las naciones con menor
número de propiedades agropecuarias en manos de las féminas son Belice (ocho
por ciento), República Dominicana (10 por ciento) y El Salvador y Argentina,
con 12 por ciento en cada caso. Esa proporción aumenta cada vez más y cobra
mayor importancia para la autonomía económica de las féminas, la seguridad
alimentaria y el bienestar de la sociedad. Tales avances le permiten a la
región mostrar que la proporción de mujeres productoras se incrementó en más de
cinco puntos en la última década, lo cual significa que se está frente a un
fenómeno de feminización del campo.
No obstante, sus predios son
siempre los más pequeños y están ubicados en tierras de menor calidad, con
menos acceso a crédito, a asistencia técnica y a capacitación. Pero sobre todo,
muchas veces no son consideradas productoras y su voz no es escuchada en igualdad
de condiciones que la de los productores hombres. Además, junto a su desempeño
en el campo no abandonan las tareas domésticas y de cuidados que, de acuerdo
con la división sexual del trabajo prevaleciente, recaen mayoritariamente en
las mujeres.
Su rol es tan trascendental
que si tuvieran las mismas condiciones que los hombres, sería posible alimentar
a 150 millones de personas más en el mundo, de acuerdo con estimaciones
oficiales. El representante de la Organización de Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO) para Latinoamérica y el Caribe Raúl Benítez
considera que el aporte de las mujeres en la erradicación del hambre es
absolutamente clave. “No sólo participan activamente en la producción de
alimentos, sino está demostrado que ellas gastan una mayor proporción de sus
ingresos en la alimentación de sus hogares”, comentó.
Estadísticas señalan que
Chile encabeza a los países de la región con el 30 por ciento de las
explotaciones agrícolas a cargo de hembras, seguido de Panamá (29 por ciento) y
Ecuador y Haití, cada uno con 25 por ciento. Las naciones con menor número de
propiedades agropecuarias en manos de las féminas son Belice (ocho por ciento),
República Dominicana (10 por ciento) y El Salvador y Argentina, con 12 por
ciento en cada caso. “Esto demuestra que las mujeres están teniendo cada vez
mayor autonomía económica, y que sus aportes a la seguridad alimentaria, la
producción de alimentos y el bienestar social de la región son claves”,
consideró la consultora de género de la FAO Soledad Parada.
Pero si bien los países
muestran cierta heterogeneidad en cuanto al peso de las mujeres en
explotaciones en el campo, se observa una doble constante: las mujeres jefas se
concentran en las unidades productivas de menor tamaño y la superficie promedio
es siempre significativamente inferior a las controladas por hombres. Es así
que las gobernadoras de esas tierras, según la FAO, tienen una representación
considerablemente mayor en el estrato menos capitalizado de la agricultura
familiar o pequeña agricultura que en el resto del sector.
La brecha de género en la
propiedad de la tierra está históricamente relacionada con factores como la
preferencia masculina en la herencia, los privilegios de ellos en el matrimonio
y la tendencia a favorecer a los varones en la distribución de la tierra por
parte de las comunidades campesinas e indígenas. También influyen los programas
estatales de redistribución, además de los sesgos de género en el mercado de
tierras.
En general, tanto las
herencias familiares como el propio Estado, en tanto forma de adquirir la
propiedad de la tierra, siempre han favorecido más al sexo masculino que al
femenino. Sobre esa base en las últimas décadas, muchos países latinoamericanos
han realizado modificaciones legales en relación con el acceso a la tierra con
vistas a una mejor equidad, aunque sin muchos efectos considerables.
Tal escenario se explica
porque los derechos efectivos a la tierra toman en cuenta no sólo los derechos
legales, sino también el reconocimiento social de los mismos, ámbito en que
persiste la inequidad. A todo ello se suma que, pese a no contar con datos
suficientes, la brecha de género en algunos países en detrimento de las mujeres
también está presente en la dotación de activos, acceso al agua de riego, la
propiedad de equipamiento agrícola y la tenencia de animales mayores.
Si bien el panorama se
presenta heterogéneo dentro de la región, los estudios siempre detectan brechas
en contra de las mujeres en asistencia técnica, capacitación y acceso al
crédito. Con tales consideraciones, la FAO advierte sobre la necesidad de
indagar en las razones de esta persistente inequidad. De hacerlo, las políticas
de incentivos deben encaminarse a una mayor representación de la mujer en el
campo, lo cual también constituye una respuesta frente a la actual crisis
económica.
Igualdad de género y
autonomía de las mujeres para 2015
Organismos como el Banco
Mundial y la Organización Internacional del Trabajo coinciden que para lograr
los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) es imprescindible la igualdad de
género, lo cual contribuye a reducir la pobreza. Para nadie es un secreto que
las disparidades entre sexos a nivel mundial mostraron cierta convergencia en
la primera parte de la última década, sin embargo, esa diferencia aumentó desde
que estalló la crisis en 2007.
Dentro de ese contexto, las
tasas de desempleo y las diferencias en los niveles de educación de las mujeres
son más altas que las de los hombres a escala planetaria y no se prevén mejoras
en los próximos años. La ex directora ejecutiva de ONU Mujeres Michelle
Bachelet recordó que “si bien las mujeres contribuyen a la economía y a la
productividad, siguen enfrentando muchos obstáculos que les impiden realizar su
pleno potencial económico”.
“Esto no sólo inhibe a las
mujeres, además frena el rendimiento económico y el crecimiento”, afirmó. Y
agregó: “garantizar la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres no sólo
es una medida justa, es también una estrategia económica rentable”.
En esa misma cuerda el Banco
Mundial reconoció que la entrega de recursos a las féminas pobres y, al mismo
tiempo, la promoción de la igualdad de género en el hogar y en la sociedad
genera grandes beneficios para el desarrollo. En opinión de sus especialistas,
la ampliación de las oportunidades de las hembras en los sectores de obras
públicas, agrícola, financiero y otros agiliza el avance económico y ayuda a
mitigar los efectos de las crisis financieras actuales y futuras.
Según el Banco Mundial, la
igualdad de género es clave para alcanzar los ODM, adoptados en 2000, pues los
países que invierten en promover el estatus social y económico de las mujeres
suelen tener menos pobreza. De acuerdo con un estudio de ese organismo
multilateral, un año adicional de escolaridad secundaria en las niñas puede
aumentar su salario en el futuro entre un 10 y 20 por ciento, entre otros
indicadores.
Los datos recopilados
demostraron que la igualdad de género se logrará con el aumento de la
alfabetización de ellas. También contribuirán su participación en la fuerza de
trabajo, el fortalecimiento de las políticas laborales y el mejoramiento de su
acceso al crédito.
Otras acciones pueden ser la
promoción de los derechos políticos del género femenino, así como la expansión
de los programas de salud reproductiva y las políticas de apoyo a la familia.
Con esas premisas en 2007, el Banco puso en marcha el Plan de Acción sobre
Cuestiones de Género, con el fin de centrar el tema en los sectores agrícola,
laboral, finanzas e infraestructura.
Así en 2010 ese programa
llevaba a cabo acciones en 44 países pobres por un monto de 29,9 millones de
dólares, realmente con escasos resultados, en muchos casos por falta de
voluntad política de los gobiernos. No obstante, en naciones como Bangladesh se
logró paridad de género en educación primaria y secundaria, además de un
incremento de certificados de nivel secundario para las niñas, del 39 por
ciento en 2001 al 63 por ciento en 2008.
En Madagascar, por ejemplo,
la participación de las féminas en las redes de microfinanciamiento subió del
15 en 1999 al 45 por ciento en 2009. Mientras en Senegal, donde la silvicultura
sostenible genera unos 12,5 millones de dólares al año, las mujeres son
responsables de un tercio de ese desempeño. Además, en varios países se aplican
estrategias encaminadas a fortalecer la nutrición, la prevención de
enfermedades, los programas de salud materna, educación y habilidades de
supervivencia de mujeres y niñas, y ampliación del acceso a créditos y
oportunidades económicas.
Cientos de millones de
personas son víctimas de la discriminación en el mundo laboral, lo cual viola
derechos humanos fundamentales, y tiene profundas consecuencias económicas y
sociales. La discriminación sofoca las oportunidades, desperdicia talento
humano muy necesario para el progreso, y acentúa las tensiones y desigualdades
sociales.
Sobre esa realidad, el
director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Guy Rider,
considera que el empleo y los medios de vida estén en el corazón de la agenda
de desarrollo una vez que pase la fecha para alcanzar los ODM en 2015. En su
opinión, la creación de empleos es la prioridad más apremiante del desarrollo
mundial, pues un trabajo decente resulta el mejor camino para salir de la
pobreza y constituye también la vía hacia el incremento de las economías.
“El trabajo se traduce en
desarrollo. Por el contrario, donde los empleos escasean o los medios de vida
disponibles dejan a las familias en la pobreza, hay menos crecimiento, menos
seguridad y menos desarrollo humano y económico”, sentenció. De acuerdo con esa
valoración, la OIT estima urgente generar entre 45 y 50 millones de puestos
laborales cada año durante la próxima década para absorber el número de
personas que se incorporarán al mercado laboral.
Pero ese es otro escenario
donde las mujeres están rezagadas ya que se dan dos pasos adelante y uno hacia
atrás por la disparidad entre sexos en los mercados laborales, que si bien en
la primera parte de la última década tuvo cierta convergencia, la crisis lo
echó todo a perder. Esa diferencia aumentó desde que estalló la recesión en
2007, según un informe de la OIT producido en colaboración con ONU Mujeres,
situación que varía bastante de una región a otra y que confirmó tasas de
desempleo más elevadas en las mujeres.
Dicho documento analizó las
desigualdades de género en materia de desocupación, empleo, participación de la
fuerza de trabajo, vulnerabilidad, segregación sectorial y profesional. Sus
conclusiones señalan que, de 2002 a 2007 el desempleo femenino se situó en 5,8
por ciento, comparado con el 5,3 por ciento de los hombres, en tanto la crisis
incrementó tal disparidad de 0,5 a 0,7 puntos porcentuales, y destruyó 13
millones de empleos para las mujeres.
Significativo resulta
también que la diferencia de género en la relación empleo-población disminuyó
levemente antes de la recesión, pero permaneció alta, en 24,5 puntos. Tanto las
tasas de los hombres como de las mujeres descendieron de igual modo en la
última década, en gran parte a causa de la educación, el envejecimiento y el
efecto de “trabajadores desalentados”.
Otras estadísticas de la OIT
apuntan que en 2012 la proporción de féminas en empleo vulnerable era de 50 por
ciento y la de los hombres 48 por ciento. Pero las disparidades son mucho más
grandes en África del Norte, Medio Oriente y África Subsahariana. También
resulta significativo el indicador de segregación por sectores económicos, pues
las hembras están más limitadas en su elección de empleo en todos los sectores;
por lo general éstas abandonan la agricultura en las economías en desarrollo y
pasan de la industria a los servicios en las economías avanzadas.
Para el director de Empleo
de la OIT, José Manuel Salaxar-Xirinachs, las políticas dirigidas a reducir las
disparidades de género mejorarán el crecimiento económico y los niveles de
vida, y por consiguiente, reducen la pobreza. De ahí que la protección social,
las inversiones en competencias y educación disminuyen la vulnerabilidad de las
mujeres y favorecen el acceso al empleo.
A ello se sumarían el
rechazo a los prejuicios de género en las decisiones relativas a la carga de
trabajo en el hogar, lo que varía de acuerdo con el nivel de desarrollo y la
disponibilidad de electricidad, agua, saneamiento y transporte. Equilibrar la
división del trabajo remunerado y no remunerado masculino y femenino, con
programas que promuevan la repartición de las responsabilidades familiares es
otra de las acciones que beneficiaría la igualdad de sexo y oportunidades.
Similar efecto comprobado
tiene compensar las desigualdades de las oportunidades de empleo entre hombres
y mujeres, con medidas que eliminan el impacto negativo de la interrupción de
la actividad profesional por una licencia de maternidad remunerada con derecho
a regresar al puesto de trabajo. De lo que se trata es de cambiar los
estereotipos para garantizar la implementación de una mentalidad contraria a la
discriminación de género a nivel mundial, algo imprescindible para el
mejoramiento humano.
* Jefa de la redacción de Economía de Prensa Latina.
http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2013081301
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