Moira Sandoval
Calvimonte*
El Dakar, a lo largo de sus varias versiones en Europa
y Africa, y algunas en Sudamérica, siempre tuvo connotaciones deportivas de
alto nivel y observaciones por el impacto ambiental que produce: siempre se
supo que es una actividad que violenta el hábitat de las especies vivas por
donde atraviesa. (sino, pregúntenle a Perú).
Se dice que es una competición
elitista: ni quien lo dude. La mayoría -por mucho que tengamos afinidad con el
deporte tuerca y por muy buen piloto que fuésemos- solo podemos ser espectadores,
pues no cualquiera puede invertir arriba de 100.000 dólares en una carrera (de
ahí que varios de los competidores fueron siempre conocidos príncipes y
multimillonarios árabes)
Pero
aparte de estos elementos, nadie puede dudar de su naturaleza deportiva extrema
y de alto riesgo, para la cual los más importantes y osados pilotos y
navegantes del mundo (con sus equipos técnicos) se preparan con la mística del
que sabe que arriesga la vida.
Si bien
este Dakar versión 2014, tiene un significado especial para los bolivianos por
los efectos positivos en el ámbito turístico, gracias al efecto propagandístico
que generará hacia nuestro país, y que debería redundar en un movimiento
económico importante en aquélla región. Sería frustrante que no fuera así, pues
la promoción del gobierno y su descomunal publicidad, además que prometió una
inversión de recursos significativa, debería asegurar ese beneficio.
Y es
significativo porque por primera vez pasará por Bolivia la ruta del DAKAR, ello
hace que inevitablemente afecte positivamente la autoestima nacional.
Sin
embargo, este evento siempre deportivo, cuya naturaleza es indiscutible, por
primera vez, tendrá connotaciones políticas. Así ya lo vemos.A diferencia de
otros países que participarán en dicha competición y cuyas autoridades no
tienen ningun interés de ejercer proselitismo a través del DAKAR, el actual
gobierno lo ha convertido en un evento más de la agenda de campaña para las
elecciones presidenciales.
Para ello
está invirtiendo esfuerzos y recursos públicos. Transtornando un evento
deportivo de primer nivel, en un grotesco intento de plataforma proselitista
para los candidatos oficialistas. Todo ello usando el entusiasmo del boliviano
de a pie, que pretende acudir a presenciar el paso de los célebres competidores,
y ante el silencio funcional de los líderes de oposición, que siempre tan, pero
tan candorosamente siguen el libreto que marca el gobierno.
Los
pilotos extranjeros participantes, ignoran esta circunstancia, por lo cual la
competencia se desarrollará con normalidad en todos los lugares de su
recorrido: salvo en Bolivia.
Aquí, no
será el DAKAR el único espectáculo que observarán los fans del automovilismo.
Todos aquéllos que acudan a presenciar a sus pilotos bolivianos y a otros
competidores, serán parte, inexorablemente, de la escenografía electoral de los
candidatos a la presidencia Evo y Alvaro.En ese contexto, no descartemos que el
oportunismo electoral de dichos candidatos, les genere mayor propaganda y
preeeminencia que los pilotos mismos, quienes por cierto, es bueno recordar,
estarán arriesgando sus vidas.
Ante la
ansiedad colectiva generada por el DAKAR, impregnada de la psicosis y
desesperación electoral del oficialismo, es oportuno recuperar objetividad en
esta situación: El DAKAR cambiará únicamente la vida de los pilotos
participantes, al modificar su lugar en el ránking mundial del automovilismo, e
influirá en la economía de aquellos hoteles atestados de turistas, pero no será
determinante para cambiar la calidad de vida de los bolivianos.
Lo sería,
si al menos como resultado de aquélla competición, el gobierno hubiera
construido un mínimo centro de salud en aquélla región, del cual pudiesen
disfrutar los habitantes de los alrededores del Salar. Pero el dinero
prometido, destinado a mejorar las condiciones de infraestructura de aquélla
región, nunca se invirtió del modo apropiado y ofrecido: sólo se gastó en
propaganda.
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