FUNDACIÓN TIERRA:
Miguel Urioste F. de C. En un contexto global en el que producir y
exportar soya es un gran negocio en el corto plazo, hasta ahora Bolivia
–felizmente- ha sido parte marginal en este emprendimiento de escala
planetaria. Cada año Brasil siembra 29 millones de hectáreas de soya,
Argentina 20, Paraguay 3 y Uruguay 1.5, mientas que Bolivia cultiva un
millón de hectáreas desde hace casi una década.
El anuncio de un pacto entre empresarios agropecuarios y el gobierno
el 11 de julio de este año, para ampliar la frontera agrícola del país
de 3 millones de hectáreas a 13 millones hasta el año 2025, supone
cuadruplicar la superficie sembrada en Bolivia en apenas 12 años.
Constituye una clara apuesta para formar parte de la liga mayor de
exportadores de granos, agrocombustibles y carnes, con todo lo que ello
implica.
¿Qué es el agronegocio?
El agronegocio lidera la tendencia del capitalismo moderno
caracterizado por la institucionalización de formas de gobernanza
globales centradas en la producción y comercialización de commodities agropecuarios. Este
agronegocio es definido por las ciencias sociales como un modelo
agrario o una lógica de producción que tiene las siguientes
características principales: 1) la transectorialidad, entendida como
mayor integración-extensión de la cadena larga de valor tanto a nivel
vertical como horizontal; 2) la priorización de las necesidades del
consumidor global respecto del local; 3) la generalización, ampliación e
intensificación del papel del capital en los procesos productivos
agrarios; 4) la estandarización de las tecnologías utilizadas, con
intensificación del uso de insumos de origen industrial, especialmente
agroquímicos y semillas transgénicas; y 5) el acaparamiento y
extranjerización de las tierras para la producción en gran escala.
(Grass Carla y Hernández Valeria, Argentina, 2013). Son cadenas globales
de valor que trascienden lo agropecuario y abarcan finanzas, acceso
ilimitado a la tierra, producción, transformación, almacenamiento,
exportaciones y comercio, hasta el consumo final (Piñero Diego, Uruguay,
2013).
¿Quiénes gobiernan el agronegocio?
En América Latina y más específicamente en el Cono Sur (Brasil,
Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia) el conjunto de empresas
transnacionales llamadas ABCD (ADM, Bunge, Cargill, Dreyfus, además de
Amaggi en Brasil) son los agentes centrales de este modelo (Pereira
Leite Sergio, Brasil, 2013). Su actividad se va adecuando a las demandas
y a los precios de los commodities, lo que ha dado lugar al denominativo de flex crops
o cultivos flexibles entendidos como aquellos lo suficientemente
versátiles como para ser destinados a la producción de comida para
humanos (food), comida para animales (feed), materia prima para
agrocombustibles (fuels) y fibras para textiles (fibers) (FAO, Dinámicas del mercado de la tierra en América Latina y el Caribe. Concentración y Extranjerización,
2012). Junto con las empresas de investigación genética y de producción
de semillas como Monsanto, Sygenta y otras, este conjunto de actores
son los protagonistas del agronegocio de inicios del siglo XXI, en
tiempos de globalización planetaria, financiera y productiva de los commodities.
Estas empresas transnacionales que actúan en red, han demostrado
fehacientemente que tienen el suficiente poder para subordinar las
políticas públicas de los estados que aprueban leyes y normas favorables
al modelo.
Neo latifundio asociativo transnacional
Estamos en presencia de veloces innovaciones en la forma de producir,
transformar, comerciar y consumir alimentos (Guibert Martine, Francia,
2013). La agricultura empresarial es ahora la agricultura en redes, con
múltiples actores, financieros, comunicacionales, científicos,
productivos, políticos y millones de consumidores de commodities
transformados en alimentos industriales. Así, la tierra es una mera
mercancía, independientemente de la soberanía nacional o de la identidad
cultural y medioambiental (Grass Carla y Hernández Valeria, 2013).
En los países del Cono Sur –incluida Bolivia- ahora no existe límite
al tamaño de la propiedad de la tierra de las empresas por la vía
asociativa. Es normal encontrar muchas megaempresas (sociedades o grupos
empresariales, como El Tejar, Mónica, Amaggi y otras) que poseen y
cultivan –en distintos lugares y países- más de un millón de hectáreas y
cuyos presidentes son, al mismo tiempo, gobernadores, senadores o
diputados, todos ellos multimillonarios y políticos poderosos. Estas
megaempresas abarcan actividades directamente productivas de granos,
semillas, insumos químicos, transformación en aceites, harinas y tortas,
agrocombustibles y carnes, así como en el transporte y hasta el
procesado industrial de los derivados para el consumo final. El
acaparamiento de tierras y su acelerada extranjerización por parte de
compañías, empresas y sociedades de lugares ajenos a América Latina,
especialmente de la Unión Europea, de la China y otros países asiáticos y
emiratos árabes, está marcando la desaparición del concepto de
soberanía nacional en materia agro alimentaria.
La soya domina el agronegocio
En la Argentina el 6% de los productores producen el 80% de los
granos, solo 11 empresas concentran el 51% de la molienda, 7 empresas el
70% del aceite, mientras el tamaño de las explotaciones latifundiarias
va creciendo y el número de las empresas disminuye. En Uruguay 5
empresas transnacionales concentran el 80 % del total de las
exportaciones de granos, el 50% de las tierras dedicadas a la soya son
alquiladas y el capital financiero es más importante que el capital
productivo (Arveletche Pedro, Uruguay, 2013).
Una cuarta parte del total de las exportaciones de la Argentina son
del complejo soyero y el 50 % de la producción agropecuaria es soya.
Todas las unidades y los pooles trabajan en redes de
megaempresas conectadas con los fondos financieros internacionales. En
el Brasil, ahora el mayor productor de soya del mundo, se espera que la
cosecha del año 2013-2014 sea de 89.7 millones de toneladas en una
superficie de 29.3 millones de hectáreas (OCDE-FAO, Perspectivas agrícolas 2013-2022).
Retorno del rentismo
A las gigantescas compras de tierras, acompaña el masivo y extendido
alquiler de tierras que es también una característica del agronegocio
que está reponiendo en América Latina a clases sociales rentistas que
habían desaparecido con las reformas agrarias de mediados del siglo
pasado. Los rentistas de la tierra (disfrazados, ocultos, invisibles)
son una nueva clase social y política asociada al agronegocio. Varios
pueblos indígenas y sus territorios en el Brasil han sido
funcionalizados al modelo y algunos han firmado contratos con las
grandes empresas soyeras, cañeras o ganaderas (Amaggi), para ceder en
arriendo sus tierras al agronegocio a cambio de atractivos dividendos.
Líderes indígenas, algunas ONG, fundaciones, defensores de los derechos
indígenas y del medio ambiente, pero principalmente los promotores de la
agricultura familiar sostenible, son identificados por el agronegocio y
por los nuevos rentistas de la tierra como los enemigos a los que hay
que desacreditar y acallar.
La farándula esconde los impactos ambientales del agronegocio
El montaje mediático de las megaempresas agropecuarias ha logrado
construir una imagen favorable ante las sociedades de los países del
Cono Sur mostrando a este modelo como portador de modernidad, bienestar,
seguridad alimentaria, generación de empleo, de divisas, y de
importantes transferencias de bonos sociales a los más pobres de
nuestras sociedades. Sin embargo, los graves efectos en la salud de la
población y en el medio ambiente no logran ser ocultados a través de las
costosas campañas comunicacionales del modelo. En la región, la
fumigación aérea es indiscriminada, la desforestación–desertificación de
vastas zonas de la amazonia y del Chaco está descontrolada, emergen
súper malezas resistentes al glifosato, el valor proteico de la soya
disminuye, hay mayores y generalizadas inundaciones y sequías, crece la
polarización económica y social en los territorios locales, ocurren
cambios irreversibles en la economía política de los territorios y cada
vez hay mayores conflictos con indígenas, campesinos. Está claro que
este modelo es social y ambientalmente insostenible. Además, en este
sistema los medianos y pequeños productores simplemente no tienen lugar.
Principales cambios en el Cono Sur
En la región, los aumentos en la producción no se deben al aumento de
la productividad sino a la ampliación de la frontera agrícola que va de
la mano de la transnacionalización de las empresas y al incremento del
capital extranjero que ha tomado la delantera. Ahora en Brasil, el
procesamiento de los granos ya no es el principal destino de la
producción de soya como lo fue hasta hace cinco años. Al mismo tiempo
que China y EEUU aumentan notablemente su capacidad de molienda de los
granos que importan del Cono Sur, Brasil y Argentina la disminuyen (Wesz
Junior, Valdemar Joao Brasil, 2011). La producción y exportación de
carne de la Argentina ha disminuido dramáticamente, al contrario de
Brasil, Paraguay y Uruguay donde ha aumentado.
En el territorio brasilero, a lo largo de la frontera con Bolivia,
especialmente en los Estado de Matogrosso y Matogrosso del Sur,
principales estados productores de soya -más grandes que todo el
territorio de Bolivia-, el bosque amazónico continúa siendo arrasado en
aras de expandir los sembradíos de soya para biodiesel, caña de azúcar
para etanol y pasturas artificiales para la cría de ganado. Cierta
tendencia a la complementariedad del negocio de la soya y la carne, con
la producción de caña de azúcar, alcohol, metanol y diesel, acelerados
por la demanda mundial de agro combustibles resultante de pactos y
acuerdos internacionales para el uso de energía no convencional, estaría
marcando nuevos rumbos a este modelo empresarial.
Reprimarización de la economía o la desaparición de la soberanía
Lo paradójico es que son los gobiernos progresistas quienes
mantienen intactas las políticas que determinaron el retroceso
industrial de nuestros países promovido por el neoliberalismo hace tres
décadas, prefiriendo cobijar al modelo del agronegocio, conviviendo con
él y aceptando sus presiones por ampliar la frontera agrícola mediante
la descontrolada deforestación y el uso generalizado de agroquímicos y
semillas transgénicas (Pereira Leite Sergio, Brasil, 2013). Están
deslumbrados con los beneficios a corto plazo de la explotación de los
recursos naturales, sacrificando el futuro. Este es un signo de la
profundización del neoliberalismo extractivista en nuestros países.
El informe de la OCDE-FAO, Perspectivas Agrícolas 2013-2022, resalta que América Latina es el espacio más favorable del mundo para este agronegocio globalizado por su disponibilidad de tierras aptas.
El año 2022, el continente americano (USA, y Cono Sur) proveerá al
mundo del 93% de las exportaciones mundiales de soya y China continuará
siendo el principal importador, a pesar de la disminución de la
velocidad de su crecimiento. El mundo depende de América Latina para
proveerse de soya y dependerá aún más en los próximos años.
El modelo se expande hacia Bolivia
Desde el agronegocio afincado principalmente en Brasil y Argentina se
mira a Bolivia como un territorio natural para la expansión del
agronegocio. Si bien Bolivia forma parte del modelo –aunque de manera
marginal- en nuestro país hay todavía grandes superficies de bosques
originarios en propiedad de territorios indígenas, parques y reservas.
El agronegocio de la soya en Bolivia tiene una superficie de apenas un
millón de hectáreas y con algunas particularidades propias, como la
participación de cerca de 14.000 pequeños productores familiares
colonizadores de origen aymara y quechua integrados al modelo bajo la
modalidad de agricultura por contrato, situación que –sin embargo- es
vista por los especialistas internacionales como anormal y transitoria, y
que tendería a desaparecer con el tiempo. En Bolivia la productividad
es mucho menor (2.3 TM/ha mientras que en Brasil o Argentina supera las 3
TM/ha) y los fletes del transporte a cualquier puerto del pacífico o
del atlántico suben los costos por lo menos en un 30 % (ANAPO - CAINCO,
varios informes institucionales).
Agenda patriótica 2025: pacto productivo revolucionario a la boliviana
Todo lo anterior sirve para iluminar el contexto en que –el 11 de
julio de 2013 en las instalaciones de la CAINCO en Santa Cruz de la
Sierra- se ha logrado un acuerdo entre el empresariado agropecuario y el
gobierno de Bolivia para cambiar la historia agroalimentaria y agroexportadora del país mediante la ampliación de la frontera agrícola -en los próximos 12 años- de 3 a 13 millones de hectáreas para producir 45 millones de toneladas de alimentos -seguramente la gran mayoría soya- la mitad para consumo interno y exportar la otra mitad para alimentar al mundo (IBCE. Comercio Exterior
Nº 214). Claro que esa meta tiene una serie de condicionantes exigidas
por el sector entre las que destacan: la mantención de la subvención al
precio del diesel, millonarias inversiones públicas en hidroenergía,
mantener el no cobro de impuestos a la propiedad de la tierra, mantener
el no cobro de un impuesto a las exportaciones de soya y derivados,
diferir el cobro del IVA a las importaciones de bienes de capital,
garantizar el suministro de gas a la industria, liberación total de las
exportaciones, respeto al artículo 315 de la CPE que legaliza
el latifundio asociativo sin límite alguno, aprobación de una ley contra
el avasallamiento de tierras, pausa de cinco años para la verificación
de la FES, transparentar el saneamiento de tierras, incluir entre las
causales para la verificación de la FES las inversiones privadas en
infraestructura, que el Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y
Forestal (INIAF) investigue y provea de conocimientos para nuevos
eventos de semillas transgénicas, autorizar el uso de semillas
transgénicas no solo para la soya sino para el maíz, el arroz y el
algodón, que EMAPA sea un complemento y no un desleal competidor y que
los trámites ante el INRA sean expeditos. Si esa larga lista de
condiciones –exigencias- son cumplidas por el gobierno, las empresas
estarían dispuestas a invertir 3 mil millones de dólares en los
siguientes doce años y así se lograría ese salto revolucionario (IBC, Comercio Exterior, Nº 214).
Hay otras opciones
En síntesis, los perdedores netos de la expansión del modelo del
agronegocio en Bolivia serán las generaciones futuras, ya que nuestros
recursos naturales y bio sistemas serán aniquilados en aras de la tasa
de ganancia de los fondos de pensiones y de los consorcios financieros
mundiales. Al exportar soya estamos exportando bosques vírgenes -que en
20 años se convertirán en arenales- y ese es un pésimo negocio. Nos
parece muy bien que el gobierno priorice la producción agropecuaria y
aumente la inversión pública para el desarrollo agropecuario. No estamos
en contra de la empresa agropecuaria, ni siquiera de la inversión
extranjera en el agro, pero no podemos olvidar que Bolivia es el país de
menor productividad por hectárea en América Latina en casi todas las
actividades agrícolas y pecuarias tanto en oriente como en occidente.
Por tanto –antes de ampliar la frontera agrícola- tenemos un desafío aún
mayor y consiste en producir mejor, con más eficiencia, con mayores
rendimientos, con modelos más amigables con el medio ambiente. Antes de
continuar impulsando los monocultivos de soya, quinua o coca, debemos
diversificar la producción ecológica en modelos de finca y de manejo de
bosques de menor escala ya sea de propiedad privada, asociativa o
comunitaria, que generen empleo y fortalezcan la identidad de nuestros
pueblos y productores agropecuarios, con mayores niveles de autonomía y
autogobierno local y regional, en oriente y occidente. El desarrollo
sostenible es más lento, requiere de mayores pactos, de mayores
concertaciones, de mayor respeto por nuestros recursos naturales y
especialmente de mayor visión estratégica de futuro.
FUENTE:
http://www.ftierra.org/index.php?option=com_content&view=article&id=17066:la-expansion-del-agronegocio-en-bolivia&catid=159:sa&Itemid=239
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